viernes, 30 de mayo de 2008

Anti-pasado

El sol picaba. O eso es lo que pensaba mientras se encontraba allí, de pie, mientras el sudor le recorría la frente y las mejillas. Las gotas de sudor se unían las unas a las otras formando un pequeño riachuelo que desembocaba en su barbilla, desde donde, cual catarata, el sudor caía para acabar estrellado en el suelo, donde se evaporaba al instante.
El sol picaba y no era para menos. Los expertos decían que era el verano más caluroso desde hacía trescientos cincuenta años. Y es que, aunque algunos pensasen que era una tontería, el cambio climático había causado estragos irreparables en el planeta. Ni la prohibición de emitir humos, ni los avances científicos y tecnológicos que habían culminado en la sociedad sostenible en la que vivía habían logrado sanar las heridas de casi dos siglos de irresponsabilidad industrial y crimen ecológico.
Mientras su mente se perdía en los derroteros de la ética anti-pasado, sus ojos no dejaban de observar los vehículos que pasaban ante él. Hacía años que se había examinado para obtener el permiso de conducir, pero su pobre salario no le permitía comprarse un automóvil. Mantener un coche ya no era tan caro como antaño, pues la desaparición de los combustibles fósiles había hecho avanzar sorprendentemente la utilización de vehículos eléctricos con carga solar y con el sol que hacía desde hacía meses… Pero era caro comprarse una máquina nueva.

Miró su reloj. Casi eran las cinco de la tarde. Las cinco de la tarde de otro caluroso y monótono día en la vida de un camarero. Su rutina consistía en dormir, comer y trabajar. Hacía tiempo que había perdido las pocas amistades que tenía cuando decidió abandonar sus estudios de derecho para recorrer mundo. Su periplo había durado varios años. Años en los que dilapidó la fortuna que le había dejado su padre al morir. Por aquel entonces era joven e inconsciente, o eso le gustaba pensar para evitar sentirse un imbécil. En su imbecilidad juvenil había recorrido todos los continentes y había visitado más de cincuenta países a lo largo de cinco años. Era uno de los privilegiados que había visitado Japón antes de que las islas que conformaban el país acabasen bajo las aguas del deshielo polar y se sentía orgulloso de esa experiencia, que aireaba a los cuatro vientos a la menos oportunidad.
Y allí estaba, con la ropa más fina que había encontrado en su armario y una bolsa en la que llevaba el uniforme del trabajo, la cartera, el teléfono y alguna cosa más, esperando de nuevo al impuntual autobús de las cinco. Aunque era peor el de las seis, el autobús que realmente tendía que coger para llegar a tiempo al trabajo, así que prefería montarse en el impuntual autobús de las cinco y llegar una hora antes que esperar en balde al irregular autobús de las seis que, muy a menudo, ni siquiera aparecía.

En su espera vio pasar a un grupo de jóvenes anti-pasado. Les observó un instante: la poca ropa que llevaban, pues la moda dictaba taparse lo menos posible, era de tonos apagados y contrastaba de forma sorprendente con los estridentes colores que escogían para teñir su pelo. El sol caía a plomo y a ellos parecía no importarles.
Recordaba su etapa anti-pasado que aún le perseguía, sorprendiéndose, muy a menudo, vagando por las teorías destructivas en las que se basaba el movimiento. Exactamente era lo que le había ocurrido unos minutos antes mientras pensaba en los crímenes de la humanidad contra la naturaleza.
Los anti-pasado era un movimiento que había surgido a mediados del siglo XXI como protesta por los numerosos e imperdonables errores que la humanidad y sus dirigentes habían cometido a lo largo de los siglos. Sus mayores aliados eran la destrucción y el olvido. La destrucción de todo aquello que se hubiese construido hasta el momento y fuese juzgado como algo que, antes que beneficiar a las personas, las había hecho desgraciadas y no había ayudado a la evolución de la especie; la destrucción de cualquier idea, filosofía, dogma o religión existente; la destrucción de cualquier tipo de moral que pudiese interpretarse como un yugo para la libertad de cualquier ser humano y, posteriormente, su olvido.
Todos pensaron que sería una moda pasajera, pero el descontento general de la población del globo hizo que estas ideas avanzasen poco a poco, surgiendo diferentes pensadores y dirigentes políticos e ideológicos que la defendían y que lograron imponerla en gobiernos y otras asociaciones después de una dura batalla administrativa y pacifica.
Así, casi dos siglos después de su implantación, la historia había sido rescrita y todo suceso anterior a aquel momento había sido borrado de la memoria colectiva. Muchos inventos fueron destruidos para no volverse a fabricar y todo aquel conocimiento considerado peligroso había ardido en hogueras en favor de un futuro libre.
Se podía decir que la sociedad anti-pasado era la sociedad más libre creada nunca. Una sociedad que por fin se había librado de arrastrar las cadenas de reo que suponía ser humano, con todas las connotaciones negativas con las que se había teñido esta palabra a lo largo de siglos de corrupción y violencia. La sociedad anti-futuro era una sociedad libre y feliz; uno sociedad algo ignorante en comparación con la sociedad que había destruido, pero inteligente; una sociedad que únicamente había conservado lo mejor de su predecesora para, desde ahí, construir un nuevo y mejor futuro.
Se sorprendió al volverse a encontrar pensando en sus interiorizados pero abandonados ideales anti-futuro. Y es que, si bien aquella construcción social parecía ideal, ser humano es algo inevitable y la mentira, la manipulación, la violencia y la sed de poder eran cosas inherentes a la especie.

Eran las cinco y cinco y allí seguía esperando. De repente, un vehículo negro se detuvo ante él. Una de las ventanillas tintadas descendió para dejar al descubierto unas enormes gafas de sol negras. Tras las gafas, una mujer. Una mujer que le inspiraba una sensación conocida y que, si bien no era capaz de reconocer, estaba convencido de haber visto antes en algún sitio.
-Perdone -habó la mujer de gafas negras-, ¿podría decirme qué hora tiene?
En aquel momento el sol que entraba en el interior del coche brilló en la rubia cabellera de la dama y le cegó por un instante.
-Las cinco y seis minutos -contestó con un tono mucho más bajo del habitual, pues, sin saber muy bien la razón, aquella aparición le había sorprendido.
La mujer guardó silencio unos instantes para, a continuación, quitarse las gafas de sol y dejar al descubierto unos impactantes ojos grises como las nubes de una tormenta de verano. Él la reconoció y dio un paso atrás de forma instintiva.
-No te asustes Dan -dijo la mujer-. Será mejor que subas.
Dan miró a uno y otro lado de la calle y, no sin pensárselo un instante, montó en el coche.

-¿Qué quieres? –espetó Dan después de casi cinco minutos en silencio.
-Lo sabes perfectamente –fue la escueta respuesta de la interrogada.
Silencio.
-Quedamos en no volver a vernos –continuó Dan-. ¿En qué estás pensando, Mary?
La apelada mantuvo su silencio mientras seguía conduciendo.
-Lo que descubrimos hace quince años es algo demasiado importante para que nos arriesguemos a vernos –argumentó Dan-. Sólo seis personas tenemos conocimiento de eso y no creo que sea aconsejable que tengamos contacto…
-No –le interrumpió Mary-, ya no somos seis.
Se hizo un incómodo silencio sólo perturbado por el zumbido del motor eléctrico.
-¿Qué quieres decir con eso? –inquirió Dan con un claro tono de angustia.
La respuesta no se hizo esperar:
-Los han matado…
-¡¿Qué?!
Mary dio un frenazo.
-¡Los han matado a todos, Dan! –empezó a llorar- ¡Sólo quedamos nosotros!
El rostro de Dan permanecía desencajado. Parecía que no sabía qué decir o qué hacer. Aquella revelación le devolvía por instantes a aquel momento en Londres quince años antes.

Se encontraban en un descampado a las afueras de la ciudad. Mary había conducido sin rumbo alguno para acabar el aquel alejado y solitario paraje.
El silencio invadía cada rincón del interior del coche. Mary se había calmado y Dan parecía recobrar la cordura por momentos.
-Sabíamos que esto podía pasar –dijo-. Desde el momento en el que nos separamos y decidimos no volver a vernos sabíamos que nuestra vida corría peligro, pero preferimos seguir con nuestras vidas anodinas.
-¿Y qué deberíamos haber hecho? –habló Mary- ¿Deberíamos habernos enfrentado a un Sistema tan mentiroso como poderoso? ¿De qué hubiese servido que seis personas se enfrentasen al Sistema Anti-pasado?
-Tienes razón –dijo Dan pensativo-. De nada sirve enfrentarse a ellos.
-Debimos haber actuado de otra forma… –casi grito Mary mirando a Dan a los ojos- ¡Aún estamos a tiempo!
-¿Qué estás diciendo, Mary?
-Seguramente no saldremos vivos de esta, así que será mejor que nuestra muerte sirva de algo.
Dan empezaba a ponerse nervioso. Sabía que Mary acabaría diciendo algo así. Al fin y al cabo siempre había sido la más impulsiva del grupo.

Había viajado con los cinco a lo largo de toda Europa durante su particular “vuelta al mundo”. Mary le había gustado desde el primer momento. Seguramente, si no hubiese sido por aquel descubrimiento habría intentado que se quedase con él. Los gemelos eran la pareja cómica del grupo y Carlos, casado con la agradable Inma, era su contrapunto, ya que siempre hacía gala de una seriedad, en ocasiones, irritante. Eran un grupo de aventureros a los que gustaba meterse en cualquier lugar que pareciese interesante. Al fin y al cabo eran jóvenes y despreocupados. Pero aquel día no estaban preparados para lo que iba a ocurrir.
Sin saber muy bien cómo, después de haber estado toda la noche de bares, mientras caminaban por una zona donde predominaban el silencio y los callejones oscuros, fueron testigos de cómo un hombre era acribillado a balazos desde un coche.
En la sociedad anti-pasado no eran frecuentes las armas y, por lo tanto, tampoco lo eran los asesinatos. En aquel mundo existían pocas armas y estaban todas a disposición del Sistema Anti-pasado, quien las utilizaba de forma muy restrictiva y moderada como herramienta para mantener su supremacía y su modelo de sociedad. Por eso, los seis supieron al instante que lo que estaban presenciando era la purga de un rebelde, el asesinato de alguien que había osado enfrentarse al orden establecido. Sabían que era un criminal, pero decidieron acercarse a ver si seguía con vida.

Aquel hombre era casi un anciano y, aunque con grandes dificultades, aún respiraba. Lograron apoyarlo contra una pared y, mientras la sangre manaba de las múltiples heridas que poblaban su pecho, casi les obligó a escuchar sus últimas palabras: una serie de revelaciones que cambiarían sus vidas para siempre.
El moribundo les narró como el Sistema Anti-pasado había sido construido a partir de una serie de guerras, genocidios y tretas políticas que habían sido borrados de la Historia y de la memoria colectiva bajo el eufemismo de “dura batalla administrativa y pacifica”. Millones de personas habían sido asesinadas en pos del nuevo régimen y pocos eran los que quedaban sobre la faz del planeta que recordasen lo que realmente había ocurrido durante los casi cincuenta años que habían tardado en imponerse las ideas anti-pasado.
Aquel hombre no se limitó a contarles eso y, ante la estupefacción de Dan y los demás, les había legado una serie de documentos y pruebas que daban validez histórica a todo lo que contaba. Sólo una advertencia surgió, entre sollozos, de los débiles labios del herido:
-Huid, escondeos y proteged este secreto con vuestra vida.
Una vez dicho esto, murió.

Tras abandonar la escena del asesinato, los seis debatieron qué hacer y llegaron a la conclusión que, una vez sabían la verdad, su única opción era hacer caso del anciano: separarse, esconderse y guardar el secreto, para, quizá, en su lecho de muerte, al igual que aquel hombre, legarlo a otras personas para que no se perdiese. Si alguien se enteraba de que sabían cómo se había erigido la sociedad en la que vivían, el Sistema Anti-pasado se encargaría de eliminarlos al instante.

Y ahora, allí estaban, quince años después, los dos únicos supervivientes de aquella reunión: Dan y Mary.
Mary bajó del coche y esperó a que Dan hiciese lo mismo.
-No sé cómo se han podido enterar de que sabemos la verdad -empezó a explicar Mary-, pero es un hecho que nos queda muy poco tiempo.
Dan permaneció en silencio.
-No vamos a salir vivos de esta, así que creo que lo mejor sería hacer público lo que sabemos antes de que nos maten. De esa forma nuestra muerte no habrá resultado en vano.
-¿Crees que es una buena idea? –le preguntó Dan.
-Por supuesto –contestó Mary-. Sabes que si no creyese que hacer algo así es factible no habría abandonado mi escondite y habría entrado en contacto contigo.
-Tienes razón –dijo Dan-. Creo que eres la más difícil de rastrear de los seis. Te has escondido muy bien y pensé que nunca daría contigo. Por eso te he dejado para el final.
Mary parecía confusa.
-¿De qué está hablando?
Dan ni se inmutó:
-Pues eso. Lo he intentado varías veces, pero no era capaz de dar contigo. Sabía que la única forma de que salieses de tu escondite era acabar primero con el resto del grupo, lo que te movería a una misión suicida que revelaría tu posición. Y aquí estás… A fin de cuentas, el Sistema siempre te ha considerado la más peligrosa de los cinco.
La cara de Mary se había desencajado mientras escuchaba hablar a Dan
-¿Co… cómo que cinco? ¿El Sistema? ¿De qué estás hablando?
Dan metió la mano en su bolsa y sacó una pequeña pistola. Mary no era capaz de moverse. Por su parte, Dan apuntaba a su “amiga” y, sin ningún tipo de expresión en su rostro, dijo:
-Yo os vendí a cambio de mi vida. Yo he asesinado a todos los que escuchamos las palabras de aquel viejo.
-¡Serás cab…! –y el grito de rabia de Mary quedo ahogado por el sonido de una detonación.

Dan se montó en el coche, arrancó y empezó a alejarse del cadáver que podía ver por el retrovisor. El arma que le asignaron cuando entró a formar parte del Sistema descansaba en la guantera mientras no dejaba de pensar en el calor que hacía y en cómo el hombre había sido el causante de los problemas del planeta.
Al fin y al cabo, siempre había sido un ferviente anti-pasado.

No hay comentarios: