lunes, 16 de julio de 2007

La princesa valiente

Cuentan leyendas de tiempos olvidados y lugares desaparecidos que existió una princesa que buscaba cambiar el mundo. No era esta una princesa cualquiera. No era una mujer inocente y sumisa que esperase, asomada a su ventana, la llegada de un príncipe que quisiese rescatarla. Aun así, era la mujer más bella de todos los reinos conocidos y le llovían pretendientes.

A esta princesa, que pensaba que era suficientemente fuerte para solucionar cualquier problema que le surgiese (a ella y a todos los que la rodeaban), le gustaba eso de tener tantos nobles tras de si y disfrutaba con las locuras que llegaban a hacer por su amor. Utilizaba su carácter fuerte para determinar quién era digno de su compañía, pero, pese a haberse comprometido en varias ocasiones, sus novios, acobardados ante la valentía y la decisión de la princesa, acababan huyendo.

Al principio, a la princesa no le importaba mucho este hecho, pues seguían llegando más y más príncipes a las puertas de su palacio para lograr su afecto. Pero la naturaleza de su carácter empezó a ser la comidilla de todos los seres de su reino y de los reinos vecinos y, pese a su belleza e inteligencia, empezaron a llegar cada vez menos hombres dispuestos a casarse con ella. Así, poco a poco, la bella princesa fue deprimiéndose, creyendo que nunca encontraría a alguien con quien ser feliz, y empezó a dudar de ella.

No era capaz de aceptar que lo que los príncipes buscaban era una princesa que les sirviese para presumir de mujer ante sus amigos. No era capaz de entender que el mundo no fuese capaz de aceptar el mando de una mujer y que la repudiasen por negarse a la pasividad con la que durante siglos la sociedad había castigado a las de su género.

Pero, si no se había rendido hasta la fecha, no lo haría ahora. Así, tramó un astuto plan. Un plan que le permitiría descubrir si había sobre la tierra algún hombre dispuesto a estar con algo más que una muñeca de trapo.

Hizo que todos los mensajeros del reino recorriesen el mundo portando el mensaje de su secuestro por parte de un fiero dragón y anunciando que aquel hombre que lograse salvarla obtendría, únicamente, su mano, aunque esto no le daría derecho a reinar en el reino de la princesa. Bajo esas condiciones y sabiendo que su carácter era de sobra conocido en todo el mundo, la princesa estaba segura de que sólo alguien que realmente la apreciase por cómo era y no por quién era estaría dispuesto a arriesgar su vida por su amor.

Una vez preparado todo se fue, ella sola, en busca de un fiero dragón que habitaba en unas cavernas al sur del reino. Por supuesto, no entraba dentro de los planes de la princesa el dejarse capturar por el monstruo. Su idea era vencer al diabólico ser ella misma y esperar, pacientemente, a que llegase aquel que sería su esposo.

Pero la princesa, pese a su valentía y su inteligencia, no fue capaz de vencer al dragón y se convirtió en la presa del monstruo, huyendo y escondiéndose durante días entre las sombras de las cuevas, deseando que el dragón no la detectase y esperando que llegase pronto un príncipe para que la salvase de una muerte segura.

Pero pasaban los días y nadie acudía a su rescate. La princesa se encontraba al límite de sus fuerzas y empezaba a desesperar. Ya no le salían las lágrimas y esperaba, acurrucada en un rincón, que el dragón la encontrase o la devorase o que el dios de la muerte la abrazase al fin y acabase con su sufrimiento.

Al parecer, su momento se acercaba. Poco a poco empezó a notar como aumentaba la temperatura y empezó a escuchar los pasos de la fiera, aunque no podía precisar a qué distancia se encontraba, pues sus sentidos a duras penas funcionaban. De pronto se encontró cara a cara con el dragón y sus colmillos y supo que todo había terminado. Pero algo pasó. Percibió un sonido metálico y, acto seguido, el dragón cayó muerto a sus pies. Entonces la princesa alzó la vista y lo vio. Un caballero de resplandeciente armadura la observaba desde arriba mientras la tendía la mano.

Después de tomarla en brazos y salir de la cueva, la princesa logró que dos palabras brotasen de sus labios: “¿Quién eres?”. El caballero se quitó el casco y abrazó a la princesa. Ella, sorprendida, no era capaz de decir nada. Y allí, mientras la abrazaba, llorando, el caballero dijo: “¡No vuelvas a hacer algo así! Ellos no te entenderán, no sabrán apreciarte, pero el mundo es más grande de lo que pueden llegar a recorrer los mensajeros del reino y, algún día, llegará esa persona a la que esperas y te hará la mujer más feliz del mundo”. La princesa empezó a llorar. “No vuelvas a poner tu vida en peligro por algo así. Nadie está destinado a estar solo en el mundo. Encontrarás a alguien que te salve, te lo prometo. Y, mientras llegué, ahí estaré yo para hacerlo.”
Sólo una palabra, entre llantos, pudo articular la princesa: “Hermano…”.

Hermanita, te quiero.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ostras enano, es lo más bonito que me has escrito jamás!
Estoy en la tienda y no he podido evitar esas benditas lágrimas de emoción, siempre consigues arrancarme la mejor de mis sonrisas.
Eres lo mejor que tengo y no sé si te lo digo con poca frecuencia o si te lo demuestro suficiente, pero te quiero.
Te quiero por quien eres, por como eres y por todo lo que me haces sentir...
Eres mi ángel y mi principe salvador...que razón tienes mi niño.
Gracias por estar siempre ahí y no dejarme caer.
Intentaré hacerte caso y seré feliz...lo que tenga que ser, será, todo llega, no?
Un beso enorme y mi margarita más preciada para el hombre de mi vida, tú, nunca me fallas!

Tu hermana,
Mimi.

P.D. La semana que viene te etndré aquí y entonces seré plenamente feliz :)